viernes, 5 de septiembre de 2014

Balram Halwai, alias Munna...



Verá. El primer día de colegio, el maestro ponía a todos los chicos en fila y los hacía pasar por su escritorio para anotar los nombres en su registro. Cuando le dije el mío, me miró boquiabierto:
-¿Munna? Eso no es un nombre.
Tenía razón: sólo significa "chico".
-Es el único que tengo, señor -dije.
Era cierto. Nunca me habían puesto nombre.
-¿Tu madre no te puso ninguno?
-Está muy enferma, señor. Se pasa el día en la cama escupiendo sangre. No ha tenido tiempo.
-¿Y tu padre?
-Es conductor de rickshaw, señor. No tiene tiempo para ponerme un nombre.
-¿Y no tienes abuela, o tías..., o tíos?
-Tampoco tienen tiempo.
El maestro se volvió y escupió: un chorro de paan rojo fue a salpicar el suelo de la clase. Se relamió los labios.
-Bueno, entonces he de decidirlo yo, ¿no?- Se pasó la mano por el pelo y dijo-: Te llamaremos...Ram. No, espera..., ¿no hay otro Ram en esta clase? No quiero confusiones. Mejor Balram. Sabes quién era Balram, ¿no?
-No, señor.
-Era el compinche del dios Krishna. ¿Sabes cuál es mi nombre?
-No, señor.
-Krishna.
Cuando llegué aquel día a casa, le dije a mi padre que el maestro me había puesto un nombre nuevo. Él se encogió de hombros.





martes, 25 de marzo de 2014

El cuento de Pollyana


Pollyanna en sus mejores momentos

Uno de los mejores fragmentos que he leído últimamente. Que viva Elvira Lindo, "Una palabra tuya", y los sinceros. 
"Me acuerdo de un libro que me trajeron los Reyes cuando tenía diez años. Se llamaba Pollyana y era de una niña pobre y huérfana de madre que vive con su padre; resulta que cuando llegan las Navidades la tal Pollyana tiene que ir a por su regalo a la beneficencia, porque en su casa no hay dinero ni para eso, y la niña se encuentra con que Papá Noel ( en este caso las señoras de la beneficencia), por un error organizativo, le ha dejado unas muletas. La niña, Pollyana, se va llorando a casa, natural, pero creo recordar que es su padre, que en el cuento estaba retratado como un santo pero que para mí era un cínico porque si no es que no me lo explico, quien viendo a la niña llorar tan amargamente con las muletas en la mano le enseña a jugar al Juego de la Alegría. El Juego de la Alegría consiste en buscar un motivo de alegría a cualquier acontecimiento de tu vida, por mucho que te joda un acontecimiento. El padre de la niña, San Cínico, le propone que jueguen al juego de la alegría con las putas muletas y Pollyana de momento se queda sin habla, con los ojos a cuadros, como se hubiera quedado cualquier criatura ante una propuesta tan ridícula, pero luego de pronto a Pollyana, que hasta el momento parecía un ser inteligente, se le enciende una luz espiritual en el cerebro ( es un libro de ficción, evidentemente) y siente que hay razones para ser feliz porque, dentro de las innumerables desgracias que le han ocurrido ( muerte de la madre, padre enfermo, pobreza, embargo de la casa, etc.), piensa Pollyana, ya absolutamente contagiada de la locura de San Cínico, ese beato, dentro de la tragedia que marcó su vida desde el primer día en que sus ojos se abrieron al mundo, hay un motivo de celebración: ha recibido unas muletas, de acuerdo, ¡pero no tiene que usarlas, sus piernas están sanas!
Fíjate que yo sólo tenía diez años cuando leí el libro y ya a esa edad anduve varios días cabreada y deprimida. Si no llega a ser porque no quería ofender a mi madre, lo hubiera tirado por la ventana. A mi madre le gustaba. Para ser exactos, le gustaba la teórica: esa niña, la felicidad que provoca el saber resignarse, la superación de contratiempos. Pero en la práctica, ya lo ves, en la práctica mi madre no quería verme limpiando. Los beatos siempre andan en el terreno de la especulación.  Ah, la vida real es otra cosa. ¿ Qué hubiera pasado si yo le hubiera dicho: madre, mira a tu hija, soy barrendera, soy marmota municipal, así me gano la vida y así creo que me la voy a ganar hasta que me jubile? Madre, ¿ahora qué me dices?, ¿no crees que este es el momento de poner en práctica el juego de la alegría de Pollyana? Me puedo imaginar perfectamente cuál hubiera sido su reacción, ay, hija mía, no seas cruel conmigo, no me castigues, por qué me dices esas cosas. Conclusión: mi madre  no se hubiera conformado con las muletas, como no se conformó con que yo no fuera más que tres meses a la universidad, igual que no quería que sus vecinas me vieran en paro, igual que nunca quiso que me vieran con la monstrua Milagros."

miércoles, 23 de enero de 2013

Hace tiempo que creo en la Reencarnación

De Manuel Méndez, que también fue irlandés.

Hace tiempo que creo en la Reencarnación. No de siempre, vengo de un colegio que no era precisamente budista, pero el tiempo y la observación han hecho que cada día esté más convencida de que somos almas aprendiendo gracias a la oportunidad que nos da la vida de mudar de cuerpo.

Dicen que no nos acordamos de las vidas anteriores pero a mi me encanta dudarlo. Lo que no recordamos son las chorradas pero creo se puede llegar a disfrutar de la esencia de lo que fuimos y en consecuencia somos.

Yo fui irlandesa. Celta a muerte. Vivía en una aldea con mi marido barbudo, enorme, felices y queriéndonos muchísimo a pesar de lo rudimentarios espiritualmente que éramos y haciendo asados con la familia y amigos. Cuando fui mayor vestí con faldas largas y chaquetas gordas de lana de nuestras ovejas que tejía para abrigarme y para abrigar a los demás. Tuve dos hijos pelirrojos como yo. Mi marido gordote era más bien tirando a rubio.
-Vida plena. Muerte digna antes de cumplir los 40.

Luego fui esclavo en una plantación. Soltero y huérfano. Trabajaba con mi hermano para una familia que no estaba del todo mal para época. Nos poníamos finos de mazorcas y pollo empanado macerado el día anterior y naranjas. Estábamos bastante cachas mi hermano y yo. Y bailábamos. Un montón. A pesar de todo.
-Vida plena a la par que frustrada. Muerte prematura e injusta. 25 años.

Más adelante estuve metida en algún rollo de la Motown. No trabajaba allí. Estaba cerca, liada o posiblemente fuera hija de alguien metido en la música que me llevaba a cosas y grabaciones con cierta normalidad. En una de estas conocí a Los Jacksons. Y me morí de gusto al oír cantar y ver bailar al más pequeño que en esta nueva vida he sabido por fin cómo se llamaba.
-No recuerdo nada más.

Muchos de los que os conozco estáis en alguna de estas vidas o en otras o quizás en todas.
Cada cuál que piense dónde quiso estar.

sábado, 25 de agosto de 2012

El hombre del espacio


-Hoy te voy a contar un cuento diferente -le digo, pero primero me quedo inmóvil, escuchando para asegurarme de que Miss Leefolt no ha vuelto a casa porque se haya olvidado algo. No hay moros en la costa-. Hoy voy a contarte el cuento del hombre del espacio.
Le encantan las historias de extraterrestres. Su programa preferido de la tele es Mi marciano favorito. Saco las antenas que hice anoche con papel de aluminio y nos las ponemos. Una para ella, otra para mí. Parecemos un par de locas con esos chismes en la cabeza.
-Érase una vez un marciano sabio que bajó a la Tierra para enseñarnos algunas cosas -empiezo el cuento.
-¿Un marciano? ¿Cómo de grande?
-Oh, pues como de un metro noventa.
-¿Cómo se llama?
-Marciano Luther King.
Contiene la respiración sorprendida y apoya la cabeza en mi hombro. Siento su corazoncito de tres años latiendo contra mi pecho, aleteando como una mariposa sobre mi blanco uniforme.
-Era un marciano muy simpático, el señor King. Se parecía a nosotros: nariz, boca, pelo en la cabeza... Pero a veces la gente se reía de él y, bueno, había algunos que era muy malos con él.
Puedo crearme muchos problemas por contarle estas historias, sobre todo como se entere Mister Leefolt. Pero Mae Mobley sabe que son nuestros "cuentos secretos".
-¿Por qué, Aibi? ¿Por qué se portaban tan mal con él? -me pregunta.
-Porque era verde.

Aibileen. Capítulo 23. Criadas y Señoras. Kathryn Stockett.

viernes, 22 de junio de 2012

El olor de las caléndulas


Desde que llegó el MP3 mi vida ha ido demasiado deprisa. Qué coño. Desde que llegó el CD y la oportunidad de grabar variaditos. Pasar canción por canción, saltar de una a otra creando un ansia insustancial basado únicamente en el cuál será la siguiente canción. Sin más. A mi tanta prisa me ha jodido la vida un poco durante un tiempo.

El avance de cinta a CD está bien. No hace falta ser una retro moñas y añorar lo guay que era rebobinar las cintas con un boli Bic. Porque de guay no tenía nada. Y las cintas se enrollaban, y se daba la vuelta al celofán o lo que sea eso y era todo una mierda y el mundo tiene que evolucionar. Pero para mi gusto nos hemos pasado. No puedo más, me bajo de la noria.

Hace días me apunté a un curso de cerámica. De cerámica japonesa. Japonesa básicamente porque las clases las da una japonesa, porque la peña en realidad va a hacer con la arcilla lo que le sale de los huevos y estar en paz, que es de lo que se trata. Porque dudo que los botijos sean de origen nipón. Y la peña hace botijos y ceniceros y flamencas si se lo proponen. Pero estamos todos en paz. Porque es cerámica japonesa y los japoneses que están bien de la cabeza, transmiten tranquilidad y enseñan a vivir en paz. Porque son respetuosos. Y el respeto da mucha paz interior. Darlo y recibirlo.

Está guay.

Desde que voy, que han sido tres veces en tres semanas, estoy como la seda importada de Japón. Seis horas de mi vida que me han recordado que la vida tiene muchas horas que disfrutar, que vivir despacio y a gusto. Cortándote el pelo hablando de las patatas gallegas, comprando flores, fumándote un cigarro con el florista que se da cuenta de que te has cortado el pelo y escuchando al paki de abajo de casa cómo recordaba su jardín y el olor tan fuerte que tienen las caléndulas.

lunes, 21 de mayo de 2012

La Comunidad

Naces donde te toca y vives donde te mandan tus padres hasta que tienes un sueldo que te permite independizarte y elegir dónde quieres vivir. Trillas los buscadores de casas que conoces y empiezas a conocer otros nuevos, porque el mundo inmobiliario da para mucho sobretodo por las mierdas que la peña intenta alquilar que no te dejan de sorprender. Cliqueas, cliqueas, juegas a las casitas, preguntas por cosas que antes no conocías ni te interesaban ni sabías cómo se encendían y recuerdas con nostalgia lo cómodo y a gustito que se vive donde te mandaban tus padres. Pero lo afrontas con valor, con ilusión, porque vivir dónde quieres vivir tiene su magia.

Creo que recuerdo a todos mis vecinos que tuve desde que nací.
Los tres viejitos, María, Ana y yo diría que Andrés que me cogían en brazos y me daban besos en las mejillas cuando lloraba bromeando con lo saladas que estaban mis lágrimas.
La pareja sin hijos y con una madre/suegra que me daba terror. Por fea, la pobre era amable en la medida que podía pero me daba terror su aspecto.
La italiana y el español con los que jugaba a clavar en sus vigas de madera los pinchos que lanzábamos con una cerbatana que se habían traído de no se dónde además de intentar tocar el Didgeridoo mientras nos descojonábamos vivos sin conocernos de nada más que de ésto.
Los hobbits, que me arreglaban la luz cada vez que saltaba el diferencial como si fuera Blancanieves en esa casa de techos tan bajitos y que de vez en cuando oía que pillaban...
Lola, 60 años en La Barceloneta y un perfecto acento andaluz.
Y los desfasados, que de estos y de sus madres y muertos me acuerdo de vez en cuando, a cualquier hora del día, que no funcionan con un horario concreto.

Cada uno de ellos ha formado parte de mi vida, con mayor o menor intensidad, con más o menos pena o gloria. Cada uno de ellos ha elegido la casa gemela a la mía.

Hoy les dedico esta canción a los de arriba a todo trapo, que parece que les gusta mucho o que nos quieren hacer llegar este mensaje a toda la comunidad...





lunes, 7 de mayo de 2012

Shumi-Shumis-Shooou-Shumi-Shou-Shumiyey-ye


Los hombres somos seres adaptables e inteligentes, aunque no a partes iguales ni en todos los casos.
Los hombres somos capaces de sacar fuerzas del ojete para conseguir lo que nos proponemos. 
Sentimos tristeza, como otros muchos animales, pero tenemos la consciencia que hace que esa tristeza pueda llegar a ser bastante jodida a veces. 
Como somos adaptables, inteligentes, fuertes y conscientes, superamos la tristeza. 
Salimos de las cosas difíciles triunfantes.¡Claro que sí!

A cada uno le duele lo que le duele y le da pena lo que le da pena, pero todos pillamos en algún momento. Sobretodo pillamos los que no estamos hechos de piedra y somos un poco Teatreros y Conchavelasquianos, para qué lo vamos a negar. Aun más si echamos de menos a nuestros padres, hermanos y amigos.

Hasta llegar a volver a estar contentos, pasamos por distintos estadios. El lloro, la rabia, la pereza, la sonrisa, la risa y la ducha. Así conseguimos la alegría que en ocasiones viene con subidón. En esta ocasión, a mi el subidón del bajón que me ha dado volver de Estambul se me ha materializado en esta canción. A pesar del bajón que me da el shumishumishoooumishumishooushumiyey-ye de Pitbull.